sábado, 20 de septiembre de 2008

L'ARGENT

L´argent.

Cuando el fiscal pregunta a Meursault, el asesino de El extranjero[1], el motivo por el que mató; éste, sincero, responde que fue cosa del azar, que quizás el sol quemaba aquel día más intensamente que de costumbre...
Bresson retoma el debate sobre la culpa, la casualidad y el azar allá donde lo dejó Camus y nos ofrece en L´argent su, por desgracia, postrera obra maestra. Pues, como narra la novela, en el film una anciana da cobijo al asesino protagonista y le pregunta por qué mata, a lo que éste responde que... le dio gusto.
Qué poco se imaginaba el padre que al inicio de la película se niega a dar más dinero a su hijo que su acto modesto de batir alas, abriría la caja de pandora desencadenando la violencia más instintiva y brutal del efecto mariposa.
El personaje principal asiste impotente a su descenso a los infiernos aplastado por la bola de nieve de Sísifo: es acusado de “pasar” dinero falso por lo que pierde su trabajo, sin fondos con los que mantener a su familia, se ve envuelto en trapicheos que le arrastran a la cárcel, muriendo su hija en la pobreza y viéndose abandonado por su mujer...
Un acto injusto provoca que un hombre lo acabe perdiendo todo... descreído, huérfano de identidad, despojado de una “lógica social” y deshumanizado, deja de comportarse como tal para, en la metamorfosis, transformarse en un ser asocial y vagar por el mundo como animal instintivo sin ley que le rija ni moral alguna a la que agarrarse. Al caer todo aquello que ha construido el hombre, caerán también una tras otra sus víctimas pues ya no hay nada que le detenga.
La película se cuestiona lo que es justo y lo que no dentro de una sociedad que el director considera un Leviatán corrupto, egoísta, hipócrita e injusto; y nos hace reflexionar sobre la fragilidad de nuestra existencia, del flaco equilibrio que existe entre el bien y el mal... ¡cuando no es la misma cosa!
Bresson, como Hobbes, crucifica con su mirada pesimista al hombre y a la sociedad que ha creado, convirtiéndose con su cámara en fedatario de aquello de “el hombre es un lobo para el hombre”.
El autor pone el acento en el discurso por encima del relato en esta historia que cuenta los motivos - ¿de verdad son motivos? - por los que un hombre cualquiera se convierte en asesino y decide matar. Su mirada existencialista ningunea las causas que le llevan al homicidio haciendo igual de válidas mil causas más que justifiquen sus actos.
Bresson se esfuerza en eliminar las acciones (y las reacciones) que el público de un cine más clásico espera (¡abajo el espectador hipnotizado!) dejándolas fuera de campo o fulminándolas mediante elipsis consiguiendo así un doble efecto: 1) un ritmo endiablado y conciso y - lo que más interesa al director-filósofo – 2) activar la mente del espectador haciéndole partícipe de lo que ve obligándole a pensar y a tomar partido.
La genialidad de Bresson se percibe en un montaje milimétrico y demoledor capaz de conseguir con sencillez – yendo al grano vamos – un frenético ritmo con precisión de relojero suizo. Nadie ha sido capaz de contar tanto en tan poco tiempo. Ojalá aprendieran de este francés los Michael Bay de turno del cine actual, incapaces de explicar de manera inteligible una historia, perdidos - a mil imágenes por segundo - en la nadería del videoclip. Cronemberg, por suerte, nos cura de tantos espantos (hay que correr a ver Una historia de violencia para darnos cuenta de su impecable precisión a la hora de contarnos lo que le interesa y que tiene más de un punto en común con L´argent como esa visión de la violencia innata en el hombre)
Bresson convierte a los actores en mimos que no se inmutan, carentes de expresividad o filma solamente partes del cuerpo (cierto fetichismo hacia los pies) negando al espectador el rostro para reforzar su discurso; con un añadido: eliminando el rostro, se elimina lo individual, lo particular y consigue no hablar de un personaje concreto sino del hombre en general. Queda clara la lectura: todos los hombres somos hipócritas, mentirosos, ladrones y asesinos. Somos robots globalizados que no controlan su vida – vida llena de diablos... probablemente – y vida que, por lo frágil, puede torcerse en cualquier momento.
La moraleja con tintes frankensteinianos debe sonrojarnos a todos:
Nadie se salva de la quema, nadie es honesto...
¿Es culpable el asesino?, ¿o quienes han creado al monstruo?
[1] Escrita por Albert Camus

No hay comentarios: