sábado, 20 de septiembre de 2008

INDIANA JONES Y LA CALAVERA DE CRISTAL

EL VERDADERO REY MIDAS

Hubo un tiempo en que se consideró a Spielberg el rey Midas del cine porque todo lo que tocaba lo convertía en éxito de taquilla. Hubo un tiempo también allá por los noventa y tantos en que George Lucas, el íntimo de Spielberg, le arrebató el privilegio.
Frank Darabont, guionista y director de buenas películas como Cadena Perpetua y La milla verde se pasó un año trabajando duro con Spielberg para sacar adelante un guión que el director de Tiburón calificó de magistral pero que fue rechazado absolutamente por Lucas.
Al nuevo rey Midas una mañana se le ocurrió el mcguffin perfecto para su nueva producción, una calavera de cristal, y con su dictatorial entrega surgió Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal.
Lo mejor de esta cuarta parte es que ha pasado el tiempo y puedes gozar de un viejo Indiana Jones plenamente contextualizado en los años 50: el rock, elvis, la guerra fría, las pruebas atómicas y la amenaza extraterrestre.
El primer acto de la película es brillante ubicando el entorno y las circunstancias del momento: 1) Magistral esa ciudad de mentirijillas de rabioso diseño cincuentón llena de muñecos que simulan humanidad y en la que Indi transita torpemente – como si descubriera su verdad, que él no es más que otro muñeco – sin darse cuenta de que sirve como cobaya atómica, tan chocantemente kitch como elegante reflexión de lo que es real; 2) sublime el acento en la moda extraterrestre cincuentera - películas de serie b como Ultimátum a la Tierra o Venidos del espacio - y el auge del fenómeno ovni por culpa del caso Roswell y el Área 51.
Pero ahí termina lo bueno, lo demás es mediocre, como si Spielberg hubiera sido abducido por uno de sus extraterrestres y se hubiera dejado dominar por ese criminal del cine llamado Lucas.
La cuarta entrega de Indiana Jones tiene algo de impostado, de falso, de increíble. Todo suena a carrusel donde lo que importa es el más difícil todavía, el “espera que la próxima trampa de la que se salva todavía es mejor…” y deja de lado las tramas del guión que a medida que pasa la película se vuelven más absurdas y aburridas. ¡Un Indiana Jones aburrido! ¿Se le puede insultar de peor manera?
¿Y el mcguffin de Lucas? Ver la calavera de cristal en manos de un patriotísimo Harrison Ford es como ver conducir a Fernando Alonso un coche de la Barbie, da tiricia, vergüenza y ganas de vomitar.
Si en las otras entregas de la saga los personajes que acompañaban a Indi tenían carisma, aquí todos son risibles y nefastos.
Cuando llega el clímax final estamos completamente desenganchados culpa de la mezcla excesiva de situaciones, del agotamiento de la fórmula y de la exageración de la heroicidad – un Shia Leboeuf saltando de liana en liana.
Recordemos el bagaje del tal Midas, La guerra de las galaxias que dio origen a una de las más míticas trilogías del cine - porque El Imperio contraataca y El retorno del Jedi no son suyas -, y sus tres precuelas, que bodrio a bodrio se cargaron la mitología de las primeras. Todo lo que toca Lucas lo convierte en oro sí, pero el oro tras su lustre no es más que un frío metal.

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